LO DIGITAL Y LO ANALÓGICO COMO DERECHO HUMANO
Del 6 al 9 de diciembre de 2016 se llevó a cabo en Guadalajara, Jalisco, el foro de las Naciones Unidas conocido como Internet Governance Forum (IGF). El lema central del foro fue el “Habilitar el crecimiento inclusivo y sostenible”. Tuve la oportunidad de participar en este evento de parte del Cicese como representante académico de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), organismo perteneciente a su vez a las Naciones Unidas. El IGF es una plataforma en donde actores de diferentes organizaciones participan para comentar, consultar y debatir asuntos de política pública pertenecientes al dominio del internet y los aspectos que la digitalización trae consigo para la sociedad. La relevancia de este foro ha ido aumentando año con año debido a la trascendencia del dominio digital en el modus operandi social. Lo acontecido en los recientes años en relación con el acelerado y desenfrenado despliegue de aplicaciones de inteligencia artificial ha hecho aún más del IGF un foro de suma importancia global.
En las deliberaciones que se llevaron a cabo en diferentes sesiones de trabajo del IGF, el tema de los derechos humanos y del acceso de toda la población al internet resonó y permeó las discusiones en la cargada agenda del evento. En 2016 se tenía una penetración global de internet de aproximadamente 46 por ciento, de la cual los usuarios de telefonía móvil ya representaban 51 por ciento. Para 2024, se estima que nos acercaremos a 70 por ciento de penetración global de internet (del orden de cinco y medio billones de usuarios), siendo la pandemia uno de los factores que aceleraron en muchas regiones del mundo el ritmo de penetración. Es importante destacar que, en la actualidad, según estadísticas de diferentes organismos internacionales públicos y privados, más de 60 por ciento del tráfico proviene de teléfonos móviles, más de 90 por ciento de usuarios acceden al internet mediante un teléfono móvil, siendo África el continente con mayor proporción de tráfico de internet usando dispositivos móviles (69.13 por ciento). Estas estadísticas indican el constante crecimiento e influencia de lo digital en nuestras vidas.
El acceso a lo digital ligado a la libertad de expresión, privacidad y acceso a la información mediante dispositivos, redes y sistemas surgió como un tema de extensión de los derechos humanos en la era del internet. Es decir, el término derechos digitales apareció para dar el acceso a internet y sus aplicaciones la categoría de otro derecho humano fundamental. En mis diferentes oportunidades de intervención en el IGF de Guadalajara, puse en la mesa que, dado el aumento en penetración digital global y la adopción de entidades públicas y privadas para ejecutar sus procedimientos, trámites y operaciones mediante herramientas digitales (pago de impuestos, bancarización, educación básica, expedientes de salud, etc.), habría que dejar espacios “analógicos” que permitieran a los ciudadanos a cumplir con sus obligaciones administrativas, pagos y trámites.
Es decir, que se deberían dar alternativas para a aquellos que no cuenten con correo electrónico, contraseñas o aplicaciones en teléfonos móviles. Mi propuesta no tuvo eco, de hecho, en algunos casos fue considerada fuera de lugar. El punto era avanzar en la “transformación digital” de la sociedad y buscar la manera de incrementar la penetración de internet en todos los estratos sociales. Como puede verse ahora, la digitalización marcha sin freno, afecta la manera en la que nos relacionamos unos con otros, nos divertimos, y aprendemos, por lo que surgen la preguntas: ¿ante la inexorable marcha de lo digital, hay cabida a otras expresiones sociales y culturales y cumplir con nuestros deberes ciudadanos fuera del contexto digital? ¿el surgimiento de la inteligencia artificial exacerbará esta condición?
Mi reciente experiencia en oficinas de Gobierno, entidades bancarias y establecimientos comerciales, al observar el deambular y padecer los embates de la “modernidad” digital de parte de adultos mayores, discapacitados y otros sectores vulnerables en la ejecución de trámites, me recordó mi participación en el IGF 2016. ¿Cabrá la posibilidad de considerar el permanecer en el dominio analógico como derecho humano? ¿estamos avanzando hacia el uso de “agentes” digitales de inteligencia artificial para llevar a cabo nuestras interacciones humanas, acceder a información y cumplir con nuestras obligaciones ciudadanas?
No se trata de permanecer en el pasado, sino tener mente abierta y reflexionar sobre la omnipresencia del dominio digital y como ésta moldea nuestro modus operandi. Las tecnologías digitales son de tremendo beneficio para la sociedad, pero al mismo tiempo, se pueden convertir en ataduras cognitivas que limiten el valor humano de nuestras relaciones sociales y culturales. Se trata de aprovechar al máximo el valor de la tecnología y acudir a las regulaciones que nos permitan hacer uso balanceado de las aplicaciones potenciales existentes, antes que la tecnología nos regule a nosotros. Dicho en otras palabras, refiriéndose a Marshall McLuhan: “Debemos pasar de la torre de marfil a la torre de control”. Ese es el gran reto de nuestra época y de las futuras generaciones.
No hay marcha atrás, lo digital (flujos de bits de información) avanza imparable, ante ello, nuestras capacidades espirituales son un baluarte para compensar y mitigar los potenciales efectos que las tecnologías modernas traen consigo. No sólo es cuestión de generar políticas públicas para reducir la llamada brecha digital y lograr acceso universal a internet; se trata de hacer una lectura de la realidad social e identificar elementos que nos ayuden a transitar a una sociedad de la información y del conocimiento que no esté centrada en lo tecnológico, sino en la sociedad y su progreso intelectual, espiritual y material.