EL ESPEJISMO DE LAS “CIUDADES INTELIGENTES” Y LAS “CIUDADES CREATIVAS”
Con esta contribución sobre innovación y territorio, y las dos anteriores relativas a la innovación y desarrollo tecnológico y la innovación en la perspectiva del desarrollo humano y espiritual, se conjunta una trilogía que intenta de manera modesta proveer elementos para una conceptualización holística de la innovación. La trilogía expuesta es el resultado de más de 20 años de trabajo en sistemas de innovación, tanto en el sector de investigación y desarrollo científico, como en el de desarrollo comunitario y educativo. En esta entrega se abarca el tema de la creación de espacios de innovación enfatizando en el entorno de las ciudades como generadoras de propuestas e iniciativas donde la creatividad es el motor de procesos que afectan su economía y cultura.
De acuerdo con la propuesta de Henri Lefebvre (La producción del espacio, 1974), las ciudades como ecosistemas se convierten en espacios de creación como un producto social fruto de las relaciones de producción que se están dando en un particular momento, así como el resultado de acumulación de un proceso histórico que se materializa en una determinada forma espacio–temporal. Por tal motivo, los procesos de innovación y la naturaleza del tejido social del territorio están íntimamente ligados; su interrelación y co-evolución dan forma a los flujos de conocimiento, cultura y valores involucrados en el desarrollo de proyectos e iniciativas creativas que emergen en las ciudades.
La creatividad y la innovación son procesos complementarios; el primero se enfoca en la ideación de un producto, obra artística o servicio, mientras que el segundo se concentra en el uso de la creatividad para desarrollar y producir dichos productos, obras y servicios en soluciones concretas para un mercado o un grupo social específico. Por lo que respecta a las ciudades, los procesos creativos e innovadores tienen el potencial de convertirlas en crisoles de proyectos que aporten a la cohesión social, solidaridad y sustentabilidad de su territorio. La tecnología puede contribuir a llevar a la práctica tales proyectos, sin embargo, un énfasis excesivo en el uso de dispositivos y sistemas avanzados que no ponga al centro a la sociedad puede desvirtuar el propósito y fin de las iniciativas. En esta perspectiva, las ciudades se desarrollan a su ritmo y capacidad cuando los proyectos van más allá de contar con edificios de funciones automatizadas, sistemas eficientes y autónomos de transporte, mercadotecnia invasiva y dirigida estratégicamente en redes de venta y consumo. Esto no implica minimizar el papel de la tecnología digital, energética, urbanística, ambiental o de otra naturaleza para enfrentar los retos de las ciudades, sin embargo, se argumenta que una ciudad llamada “inteligente” no está determinada por la tecnología.
El concepto generalizado sobre el futuro de las ciudades y su “inteligencia” ha sido propagado a nivel global dando énfasis a refrendar el patrón civilizatorio prevalente que privilegia el crecimiento económico y material y no necesariamente el desarrollo humano y solidario. Estas ideas y propuestas sobre la conformación de ciudades inteligentes, permean a la vez a nivel global en los esquemas de emprendimiento que se popularizan en los entornos académicos y empresariales generando estereotipos de individuos emprendedores con cierto estilo de vida, propósito competitivo y dinámica operativa.
Los conceptos de ciudad inteligente, ciudad creativa y ciudad global tomaron forma de manera independiente, pero al pasar del tiempo, sus senderos convergen. Para entender esta convergencia, resulta útil acudir a la obra de Saskia Sassen (La ciudad global, 2010) quien considera que la ciudad global es más que una connotación tecnológica o económica. Su popularización tomó forma a partir de los movimientos de globalización de la década de los setenta y ochenta del siglo pasado. Una ciudad global es, en términos generales, aquella con importante influencia en los escenarios socioculturales, políticos y económicos en el mundo, que son a la vez centros financieros y turísticos. Ejemplos de estas ciudades son Nueva York, Londres, Tokio, Shanghai, la Ciudad de México, etc. Ahora bien, la ciudad creativa es aquella donde la creatividad emerge para dar lugar a expresiones de innovación tecnológica, sociocultural y urbanística con significativa actividad cultural individual y colectiva. Se puede decir entonces que los atributos de ciudad global y ciudad creativa son complementarios e interrelacionados. A lo global, se le puede atribuir en mayor parte la influencia y poder financiero y geopolítico; y a lo creativo se le puede atribuir su empuje al desarrollo, generación e impacto de procesos creativos y socioculturales que detonan innovación en la población, ya sea tecnológica o de otra naturaleza. Es decir, el ser una ciudad creativa en cierto grado, no la limita o excluye de ser global y viceversa.
Por otro lado, bajo la influencia de varios autores, entre ellos, Richard Florida y John Howkins e iniciativas pioneras de política pública en Australia y Reino Unido en las décadas de los ochenta y noventa, se inició la popularización y atención a los términos clase creativa, economía creativa, industrias culturales, industrias culturales y creativas y otros similares. En América Latina se difundieron estos conceptos con la publicación en 2013 de La economía naranja: Una oportunidad infinita, que considera esta economía como un modelo de bienes y servicios que al comercializarse adquieren valor de propiedad intelectual. Se incluyen en este modelo las actividades económicas involucradas con el arte, la cultura, investigación, ciencia y tecnología, en donde la creatividad es el ingrediente fundamental, de aquí que también sea conocida como economía creativa.
En relación con lo anterior, el geógrafo británico, Oli Mould (Subversión urbana y la ciudad creativa, 2015), expresa que “el concepto de creatividad ha sido propagado por parte de ejecutivos de empresas, diseñadores urbanos, maestros, políticos, alcaldes, publicistas e incluso amigos y familiares con el mensaje: Sé creativo. La creatividad se anuncia así como la fuerza vital de la sociedad contemporánea, se celebra como ágil, progresista y liberadora”. Ante esto, Mould propone repensar la creatividad que es vendida como objeto de marketing que prioriza el éxito individual sobre el florecimiento colectivo con énfasis en la rentabilidad. Mould añade que ser verdaderamente creativos es ser radicalmente diferente de las prácticas que el concepto tradicional de creatividad ofrece tomando en cuenta el papel de las subculturas urbanas y su contribución comunitaria.
Por lo que respecta a la ciudad inteligente, su concepto ha ido evolucionando, pero desde su génesis, la idea de eficiencia e innovación tecnológica, en particular la relativa a la transformación digital de las ciudades, ha constituido el componente básico de la propuesta original. Con el paso del tiempo, y la atención a perspectivas interdisciplinares, el concepto de ciudad inteligente incorporó los elementos de planeación urbanística, gestión de residuos, sustentabilidad, uso y compartición de datos y atracción de talento tecnológico y cultural. Una ciudad inteligente en tal perspectiva, tendría a incrementar los procesos de inclusión, transparencia, generación de recursos creación de empleo y distribución eficiente y equitativa de recursos. Aunque en principio estos atributos son deseables, la anterior conceptualización de ciudad inteligente ha sido “cargada” de un buen porcentaje de marketing y propaganda sin tomar en cuenta factores como los siguientes: La inteligencia de una ciudad no debe confundirse con la automatización de sus funciones; más que inteligente, en ese sentido la ciudad debería ser solidaria, humana y consciente que la calidad de vida no la define el consumismo y la atención a la extrema comercialización para aspirar a un modernismo que la aleja de las necesidades vitales y espirituales de sus habitantes.
En una ciudad inteligente se debería fomentar la creatividad individual y colectiva en todos sus estratos sociales y reconocer los emprendimientos de ciudadanos que luchan por salir adelante en el “día a día” y no sólo los emprendimientos catalogados como de base tecnológica, que por supuesto son importantes también y tienen relevancia económica y comercial. La ciudad inteligente es también tolerante a las expresiones culturales, religiosas y políticas de su población.
Las ciudades inteligentes y creativas se convierten en espejismos cuando los gobiernos, academia y sociedad en general se dejan llevar por los ingredientes y atributos de forma e imagen que se difunden mediante iniciativas mercadológicas y glamorosas de consumismo extremo. Bajo tal premisa, la tecnología es sólo el vehículo, no el fin para lograr sociedades solidarias y desarrolladas integralmente como muestra la figura 1. En resumen, la inteligencia de una ciudad trasciende lo material y tecnológico, pone al centro a la sociedad y reconoce lo humano y espiritual como fuente y principal atributo de su inspiración, creatividad y poder innovador.
En resumen, la inteligencia de una ciudad trasciende lo material y tecnológico, pone al centro a la sociedad y reconoce lo humano y espiritual como fuente y principal atributo de su inspiración, creatividad y poder innovador.